Aujord’hui, de Alain Gomis

Tercer largometraje del desconocido Alain Gomis, AUJORD´HUI se pretende la crónica de una desesperación insalvable. Un hombre senegalés, fuerte, sano, con toda la vida por delante, de súbito, nota la llamada en su cuerpo de su propia defunción. Satché, como si de una maldición se tratara, sabe que hoy va a morir: nada podrá impedirlo. Unas voces en off superpuestas a la primera imagen del film pronuncian las clásicas “Érase una vez”.

Gomis parece querer situar al espectador en el terreno de la leyenda, del relato etnográfico contemporáneo, en ese atávico peso intangible que es lo sobrenatural hecho creencia positiva: su personaje central es víctima de un designio frente al que nada puede hacer. De hecho la primera secuencia del film es la del llanto de toda su familia ante esa certeza. Varias escenas nos acercan a una especie de duelo en el que él está presente sentado en una silla.

El problema principal de la propuesta es lo desaprovechado que está este interesante punto de partida. A partir de la salida del hogar materno, el film es una mera contemplación del paseo que el protagonista da por toda su pueblo para ver espacios y seres queridos por última vez. Gomis se esfuerza notablemente en no decantar la narración por el terreno de la tragedia lloricosa y desgarrada. Su observación privilegia un sano pasmo festivo que, en los primeros momentos, sorprende.

Sin embargo, poco a poco, el interés de la historia se diluye hasta la más absoluta de la intrascendencia. No hay nada más que el mirar lo que Satché mira. No casa en absoluto la captación realista del director con el cariz telúrico de ese ser condenado orgánicamente a un final inminente. Un film al que le pesa como una losa la presunta trascendencia que lo aniquila. Se diría que estamos ante un sucedáneo africano del Gus Van San t más radical: el de GERRY, por ejemplo.

El realizador es incapaz de conseguir una cierta trascendencia narrativa a los espacios que transita el hombre determinado a su extinción. Únicamente al final, una sola escena permite vislumbrar lo que debiere haber sido el resto del film: el reencuentro con la esposa y los pequeños hijos. El rechazo de aquella en un primer momento permite una tensa incomodidad que eleva por momentos la insubstancialidad campante, de una obra lentamente hermética, y, más que ligera, vacía.