Bárbara, de Christian Petzold

Gratísima sorpresa local. No era, en modo alguno, el nombre de Christian Petzold garantía de equilibrio cinematográfico. Sin embargo, este realizador asiduo a la Berlinale se ha destapado con la que es, sin lugar a dudas, su obra más redonda hasta la fecha. BARBARA es un notable ejercicio, en el que el autor de YELLA da evidencias de una firmeza narrativa impecable.

BARBARA narra la áspera llegada de una doctora a un hospital situado en una región alejada de su lugar de procedencia. Año 1980, aún no ha caído el muro de Berlín: sigue por lo tanto en vigor el mandato dictatorial comunista en la Alemania Oriental.

Las primeras imágenes del film nos muestran a una mujer callada, de carácter poco afable, con gesto denotador de una cierta amargura. Pronto sabremos que su marcha al nuevo hospital no ha sido voluntaria. Se trata de un castigo: se ha dictado contra ella una orden de alejamiento de Berlín. Podemos intuir que el suyo es un obligado exilio profesional sancionador. Algún informe de la Stasi así lo ha creído conveniente.

La película emplaza de forma serena, observativa , atenta e inquietante una tupida maraña de líneas narrativas: la que determina el afecto que muy pronto va a manifestarle un colega suyo en el centro sanitario, la que va modelando una serie de actividades secretas que la protagonista efectúa, la que dirime la aparición de una joven paciente con síntomas de meningitis, traída hasta el hospital desde un campo de concentración cercano y, sobre todo, la que impone la desconfianza de Barbara frente a todos los vecinos de la población, pues sabe que está siendo vigilada.

Pese a la suma de tantos hilos argumentales, BARBARA está saldada con una madurez contemplativa incuestionable. El film se toma su tiempo para ir evidenciando cómo la suma de elementos del nuevo entorno en el que está condenada a sobrevivir va transformando el carácter de la protagonista, en especial su aceptación de Andre, el médico que la trata con un mimo evidenciador de un afecto al que ella desprecia una y otra vez.

Una película en la que el paisaje y los personajes que lo componen están capturados con una reposada inquietud. El viento constante, la poca población, el insistente placaje del comisario, la acritud, el celo defensivo y vigilante del comportamiento de Barbara, lo precario del piso asignado a ésta… la cámara de Petzold inflige sobre Barbara la observacdión que ella presiente sobre su figura.

La sombra maestra de LA VIDA DE LOS OTROS otea éste film, que da una versión no violenta, pero sí preclara de la tortura invisible a la que eran sometidos los ciudadanos en aquel ámbito geográfico. BARBARA privilegia el intramundo subjetivo, tambaleado, expectante, en crisis no mostrada, de la mujer protagonista. Petzold le da el espacio y el tiempo suficiente para que hurguemos en su silencio, pero también para que comprendamos su imprevisible decisión final.

Una suma de elementos ambientales muy bien trabada por Petzold, en esta obra de admirable resolución emocional. Un sólido ejercicio que apunta directamente a la entrega final de premios.