Cannes 2017: Agnes Varda

Es difícil expresar en una frase la emoción que iluminaba el rostro de Agnès Varda, después de la proyección de su última película Visages- Villages (Rostros- Pueblos). Ha sido la ovación más larga que he presenciado nunca. También me resulta muy difícil enunciar lo que ha significado para mí estar presente en el Gran Teatro Lumière esta tarde, viernes 19 de mayo de 2017. Y escribo la fecha en este instante, sin la esperanza de que el tiempo se detenga.

Realizada junto con el fotógrafo conocido por las siglas Jr., el film relata la historia de la amistad cómplice y divertida que surge entre ambos codirectores en el transcurso de un viaje.

El deseo de un trabajo conjunto les lleva a reivindicar los rostros de los verdaderos protagonistas de la historia de algunos rincones de Francia. Fotografías de gran formato, reveladas en su pequeño camión, inundan edificios, granjas, contenedores; partiendo de antiguos retratos, o tomando nuevas instantáneas, Varda y Jr otorgan una presencia inusual a mujeres, mineros, ganaderos.

Ese viaje lentamente adquiere otro cariz; de algún modo, el argumento se transmuta en un viaje a la memoria de Agnès. Primero, son l

as propias imágenes que la cine-fotógrafa realizó en su día las que toman el paisaje. Maravillosa es la transición narrativa desde la granja hasta el borde del mar a través del Ulyses, cortometraje documental que la gran cineasta realizó en el año 82.

Ya en el mar, en los restos de un fortín hundido, la imagen de su querido amigo el fotógrafo Guy Bourdin será borrada por las aguas, el viento, la arena, en un instante. Más tarde visitarán juntos el pequeño cementerio de Montjustin donde descansan Henri Cartier Bresson y su esposa, la fotógrafa belga Martine Franck.

En este relato de amistad transitan continuamente las imágenes de Los novios del puente Mac Donald (Les fiancés du pont Macdonald) en el que Varda filmó a Jean-Luc Godard, -sin gafas-, junto a Ana Karina.
Las eternas gafas de sol de Jr conducirán a sus protagonistas hasta la casa de Godard en Rolle, donde se convocan todos los fantasmas del pasado, un momento de una belleza extraordinaria. Belleza que perdura
hasta el mismo cierre del film, donde al fin las imágenes que claman al mundo, las que recubren los depósitos de un vagón de mercancías, son los pequeños pies y los ojos de la cineasta, -que llegarán hasta donde ella no pueda hacerlo-.

Gracias, Agnès.

Esmeralda Barriendos