Cannes 2017: «No soy una bruja», de Rungano Nyoni

De vuelta a la Quincena de los Realizadores, nos encontramos con Shula, una niña de 9 años acusada de brujería y condenada a vivir atada a una cinta blanca en un campo de brujas, -no hay que buscar ninguna asociación con el film de Haneke-,  bajo el efecto de un sortilegio: si corta la cinta, estará maldita y se transformará en cabra. La pequeña Shula se debatirá entre vivir encadenada como un ser humano o libre como una cabra.

Este es el argumento del primer largometraje de Rungano Nyoni, una joven zambiana que creció en Gales, con cuatro cortometrajes en su haber y un buen número de importantes premios.

Tras una excelente acogida entre los espectadores, esta película es seguro la perfecta candidata al premio del público de aquellos festivales en los que se exhiba. Nyoni aprovecha todos los recursos que el exotismo de su entorno originario le facilita, renunciando a la expresión documental del mismo, y ocultándola incluso tras algunas escenas en las que la sobreactuación es un hecho.

No soy una bruja tiene algunos instantes realmente bellos, y le debe mucho tanto al silencio permanente como a la mirada de la pequeña protagonista; acompañada de una banda sonora muy cuestionable, la película es una fábula con tintes graciosos y sin pretensiones sobre la libertad femenina, moraleja incluida. Para todos los públicos, o casi.

Esmeralda Barriendos