Cannes 2017: «Happy End», de Michael Haneke

El cine de Michael Haneke siempre ha sido de una asertividad incuestionable. El trayecto que recorren los personajes desde que el espectador toma conocimiento de los mismos y sus circunstancias hasta la clausura del film no presenta ninguna incertidumbre; hay un determinismo en los gestos tan severo que ciertamente, ninguno de los protagonistas puede librarse del destino impuesto por el director.

Así también sucede en Happy End, su última película, que apenas ha tenido respuesta del público esta mañana en el Gran Teatro Lumière de Cannes.

Muy lejos de las dos anteriores, extraordinarias ambas, La Cinta Blanca y Amor, que fueron Palma de Oro en los Festivales de 2009 y 2012 respectivamente, Happy End presenta la vida de una familia burguesa de Calais más allá del proceso de descomposición, argumento que remite directamente a El Séptimo Continente.

No es la mera traslación de clase, -de la derrotada clase media europea a una burguesía acomodada- la que separa a Happy End de su primera película, sino que el punto de vista del director es otro. La distancia con la que filma a sus personajes es mayor que en otras ocasiones. Los nuevos dispositivos y las redes sociales están muy presentes durante todo el film, imágenes que de nuevo remiten a un Haneke de los orígenes, el de El vídeo de Benny, artilugios de la distancia y el aislamiento, del triunfo absoluto del narcisismo.

Intuyo un cierto cansancio en Haneke, quizás. No existe ningún atisbo trágico en el planteamiento de Happy End, ni conciencia alguna de sí mismos en los personajes. Tampoco el azar modifica jamás el destino de estos seres humanos. Tan anodinos ellos, han perdido su humanidad de una forma aséptica, y vagan por los espacios gélidos de su cotidiano y de su imaginario virtual a la manera de los replicantes, inmersos en un silencio desasosegante que llega hasta los títulos de crédito.

Con un cierre extraordinario, tanto como Jean-Louis Trintignan que lo protagoniza, esta es la forma que tiene Michael Haneke de enunciar el desastre, más allá de la distopía de El tiempo del lobo. Esta y la única frase que se ha publicado en el dossier de prensa: “El mundo alrededor, y nosotros ciegos en el centro del mismo. Una instantánea de una familia europea”.

Esmeralda Barriendos