Tabú, de Miguel Gomes

El interesantísimo creador de AQUEL QUERIDO MES DE AGOSTO ha sorprendido a toda la platea con la que hasta el momento, junto con la propuesta de los Hermanos Taviani, es la obra más arriesgada de toda la Sección oficial. Miguel Gomes, mediante la presente TABU, se postula como uno de esos apreciados cineastas que no entiende el oficio de cineasta sin conjugar el verbo experimentar.

TABÚ es una apasionante y osada experiencia cinematográfica. Una amalgama de texturas fílmicas y riesgos intencionales saldados con férreo descaro escénico. Gomes plantea una historia central que, de súbito, verá quebrada su continuidad, ante la irrupción de una línea argumental imprevista, capturada además mediante un trabajo escénico realmente opuesto.

Las primeras secuencias del film ya advierten de que el galo no se muestra complacido con los cánones expresivos habituales –y vulgarizados- a los que nos tiene acostumbrada la experiencia espectadora contemporánea. De la misma forma que, por ejemplo, los hermanos Cohen partían en su estupenda A SERIOUS MAN, aquí se inicia la narración mediante un prólogo completamente ajeno al relato posterior.

Una imagen en blanco y negro nos presenta a una suerte de explorador, de pie, parado, en plena sabana africana, mientras una pareja de siervos negros pasa a su lado . La textura del plano evoca rápidamente al cine mudo de los años 20. Una voz en off comienza a contar, incorporando un uso literario del lenguaje particularmente exhortativo, la historia de este señor, que concluye con una divertida reflexión en torno a la melancolía humana.

A continuación, la cámara nos presenta a Pilar, una mujer de unos cincuenta años de edad, que, pronto lo veremos, quizás inducida por un fuerte sentimiento religioso, pasa su vida intentando hacer el bien a su alrededor. El film, durante esa primera parte, sin abandonar el blanco y negro, promete una severa, extraña, no narrativa radiografía de la incomprensible soledad de esta mujer. Sin embargo, nada de esto ocurre, Gomes nos depara una extraordinaria sorpresa que centrará la mucho más larga segunda parte del film.

La historia da un giro radicalísimo gracias a un personaje, hasta el momento, nada más que secundario: la anciana vecina de Pilar, Aurora, una vieja mujer que vive cuidada por una criada de Cabo Verde y que parece decidida a gastar todos sus ahorros en el casino de Estoril. No daremos más detalles, pero un hecho originará la evocación memoriosa de la vida de Aurora, por parte de alguien que la conoce muy bien.

A partir de ese momento, Gomes impone una subyugante ocurrencia escenográfica: narrar la historia de Aurora encuadrándola audiovisualmente, gracias a la unificación casi suicida de dos soluciones formales y expresivas bien dispares: cine mudo y voz en off constante narradora de los hechos. Y no sólo eso, sino haciendo también que muchas veces la imagen no refleje lo que la voz está diciendo, sino que la combata con ironía, distensión y una sana excentricidad.

La película, gracias a lo bien calibrada que está esa combativa acumulación de engranajes escénicos, eleva pugnativamente un argumento típico de fotonovela amorosa o de folletín exótico, que, en algunos momentos evoca, relaborándolo, el clásico film homónimo de Murnau. Gomes demuestra un notable dominio de las artimañas, las reivindicaciones y las transgresiones cinematográficas, sacando adelante una intentona que, en otras manos, hubiera caído en el más oneroso de los despropósitos.

Desde un punto de vista analítico, TABÚ se sitúa a años luz de la estimable experiencia evocativa que ha supuesto THE ARTIST, la exitosa película muda de Michael Hazanavicius. La película de Gomes no es una recreación de los modos expresivos del desparecido cine mudo, sino un intrépido juego de disparidades constitutivas, todas reconducidas, calculadas, hechas bella, extraña, honda, pícara y corrosiva reflexión sobre los recursos que el Séptimo Arte se niega a emplear.